Llegamos al pie del buque, donde estaba la caseta en la que atendía Pablo Neruda y unos secretarios. Me encontré con otro joven que me dijo: -Oye, que no quieren estudiantes. Quieren hombres calificados para trabajar, mecánicos, gente útil.- Entonces empleé otra de mis argucias. Me dejé crecer la barba durante dos días. Alojé en el pueblo más cercano, me creció la barba y ya consideré conveniente entrar en la caseta. Don Pablo estaba en una mesa. Me dijo:
-Siéntese. Como se llama usted.
-Fulano de tal. -Buscó en la lista, y me dice:
-Y qué oficio tiene? -En mi casa tenían zapatería. Entonces le digo, muy serio:
-Diseñador de calzado.
-Ah, mira, de esos hacen mucha falta en Chile. Adentro.
Después vi que en la lista del Winnipeg no había ningún diseñador en calzado.
De manera que entré mirando hacia atrás porque, digamos que, quedaban todavía por embarcar bastante gente y ahí estaba el drama de los que esperaban que llegara un tren con su gente. Porque, cada uno venía de un lado. El hombre venía de un campo de concentración. La mujer venía de otro campo o de una residencia. Los niños venían de otra residencia infantil y el problema era juntarse. Supongo, estoy casi seguro, que hubo hombres que no subieron porque no llegó la mujer y hubo mujeres que no subieron porque no llegó el marido. Y quizá hubo matrimonios que no subieron porque no llegaban los hijos. Pero el barco, claro, algún día tenía que partir.
Así que me dirigí al barco, mirando para atrás, hacia Francia y acordándome de que había tenido una pelea con el prefecto de Senemar, porque no me daba el “laisserpasse” para ir a Burdeos. Como estaba cerca de París, como residencia legal, pero residía prácticamente en París, tuve que ir a hablar con el prefecto de Senemar. Yo creo que me tenían ya el permiso firmado, cuando me dijo un oficial que había allí: -No, tiene que hablar con el prefecto. El prefecto me dice:
-Así que usted también se va para América.
-Si señor, -le dije.
-Ahora que la guerra viene, ustedes aquí nos van a ser muy necesarios. Porque ustedes ya han hecho una guerra y ustedes ya están experimentados. Y más aun usted, por los antecedentes que tengo, usted ha sido oficial del ejército, lo que más vamos a necesitar.
Yo, con toda la prudencia que pude, le dije:
-Señor prefecto, si hay una guerra aquí, el día de mañana, es de ustedes, yo ya he hecho la mía.
-Bueno, está bien. -Y me firmó. De ahí me fui a tomar el tren para Burdeos. (Historia de los pasajeros del Winnipeg. Mesa redonda: Ovidio Oltra)