Joan Abril -Sant Cyprien

Después de cruzar los Pirineos la frontera está vigilada por un ejército de gendarmes los fugitivos la atravesábamos a paso de caracol. A partir de aquí todos los fugitivos fueron conducidos como si fuesen prisioneros, por soldados comandados por los oficiales despóticos inflexibles que repartían bastonazos adiestra y siniestra. Los caminantes formamos una procesión triste que parecía no tener fin. Al oscurecer la columna humana atravesó las calles del palacio de vidrio. En aquellos instantes, los vecinos aguardaban con afectuoso respeto. Estoy seguro de qué pensaban que sería de tantos millares de vencidos arrastrados por la tempestad bélica. Al día siguiente entramos al campo de concentración de Sant Cyprien. Todo el enorme campo estaba cerrado por altas alambradas de púas. Solamente existía una puerta de entrada, controlada por un grupo de gendarmes.
Resultados senegaleses cada uno tenía una ametralladora siniestra apuntando hacia la gran masa humana allí concentrada. Es una de las cosas que causa más angustia el describir aquel campo de concentración, de dolor, de miseria y de desesperación.

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