Roser Bru y las sillas de playa en el Winnipeg

Alrededor de trescientos cincuenta niños que formaban parte del contingente de emigrantes, requerían de cuidados; por ello, la colaboración de las jóvenes, principalmente, no se dejó esperar. Roser Bru: Con mi hermana Montserrat y otras muchachas permanecíamos largas horas en un lugar reservado para los más pequeños, porque nos dedicábamos a organizar actividades de cantos y juegos con ellos. Así los manteníamos entretenidos durante el viaje. Yo enseñé a dibujar y también plasmé algunas escenas del barco, dibujos que lamentablemente he perdido.

En ocasiones descansábamos un rato en cubierta, admirando la inmensidad del mar. Mi mamá había comprado unas sillas de playa en Burdeos, pensando que nos serían útiles en el viaje. En ellas nos sentábamos a tomar el sol, hasta que un día desaparecieron y no las volvimos a ver.
Relato encontrado en Los españoles del Winnipeg : el barco de la esperanza / Jaime Ferrer Mir. 1a. ed. Santiago : Cal Sogas, impresión de 1989 (Santiago : Salesianos) 202 p. Se puede bajar en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-98685.html

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Juan Vélez story about travelling in the Winnipeg

Juan Vélez conserva grabados en su memoria de muchacho de diecinueve años las vivencias del viaje, a partir del instante en que cruzó la pasarela del “ Winnipeg”: Aún me estremezco al recordar los pitazos que lanzaba a la noche el “Winnipeg”, cuando lentamente desatracaba del muelle de Trompeloup. Afirmado a la barandilla de cubierta, vi a muchos refugiados que se quedaban alli, porque no habían podido embarcar. Para unos, el partir era la libertad absoluta y el reencuentro con la vida; para otros, era dejar la mitad de su vida en una parte e irse a solas con la otra mitad. Yo llegué al muelle a las seis o siete de la mañana y a las once me encontraba ya en cubierta. Estaba solo, observando cada detalle, y no conocía a nadie de los tantos que me rodeaban ese día de un agradable sol de otoño. Después encontré a unos amigos con los que estuve en Agde.
Antes del zarpe repartieron las literas. Daban órdenes por altavoces en francés y castellano. Mi litera quedaba en una de las bodegas inferiores. Había tres corridas de literas en altura para unas cincuenta personas. Cada litera tenía una frazada y una colchoneta de paja. Como el lugar carecía de ventilación, habían instalado un par de ventiladores. Los cincuenta hombres compartíamos un excusado que habían improvisado. Mediante sorteo, me tocó la segunda litera, pero la cambié voluntariamente por la de más arriba para dejarle la otra a un hombre mayor. Por altavoces nos indicaron dónde funcionaba la enfermería – q u e venía a cargo de la hija del Presidente del Partido Comunista francés- y los turnos para ocupar el comedor. La tripulación era toda francesa y de trato muy agradable.

Ninguno de nosotros dejó de ofrecerse para colaborar en diferentes actividades: en la cocina, pelando patatas, limpiando la cubierta, etc. Sobraban voluntarios. Todos también respetábamos nuestros turnos para recibir la alimentación. Desayuno a las ocho, almuerzo a las doce y media y cena a las seis de la tarde. La comida no era muy buena, pero sí muy superior a la del campo de concentración. Daban garbanzos, lentejas, porotos; alguna vez hubo tortilla. Si tenías dinero, podías tomarte una cerveza o un licorcito en el pequeño bar que funcionaba en cubierta.

A ciertas horas del día se escuchaba música por los altavoces. Aunque no era muy variada. “Valencia” era una de las que tocaban frecuentemente, además de un tango y, por supuesto, “La Marsellesa”. En el viaje conversábamos mucho entre nosotros: fútbol, política y
especialmente de nuestras historias personales. A menudo las conversaciones finalizaban preguntándonos qué tía a ser de nosotros en Chile. Junto a una de las escaleras que conducían a las bodegas, había un gran mapa de Chile. Me interesé por ubicar algunos puntos geográficos para ir ambientándome. Unos cuantos nombres se me grabaron inmediatamente, como el de Putaendo. ¡Qué curioso me parecía ese nombre!
Relato encontrado en Los españoles del Winnipeg : el barco de la esperanza / Jaime Ferrer Mir. 1a. ed. Santiago : Cal Sogas, impresión de 1989 (Santiago : Salesianos) 202 p. Se puede bajar en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-98685.html

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Juan Vélez relato del viaje en el Winnipeg

Juan Vélez conserva grabados en su memoria de muchacho de diecinueve años las vivencias del viaje, a partir del instante en que cruzó la pasarela del
“ Winnipeg”: Aún me estremezco al recordar los pitazos que lanzaba a la noche el “Winnipeg”, cuando lentamente desatracaba del muelle de Trompeloup. Afirmado a la barandilla de cubierta, vi a muchos refugiados que se quedaban alli, porque no habían podido embarcar. Para unos, el partir era la libertad absoluta y el reencuentro con la vida; para otros, era dejar la mitad de su vida en una parte e irse a solas con la otra mitad.

Yo llegué al muelle a las seis o siete de la mañana y a las once me encontraba ya en cubierta. Estaba solo, observando cada detalle, y no conocía a nadie de los tantos que me rodeaban ese día de un agradable sol de otoño. Después encontré a unos amigos con los que estuve en Agde.
Antes del zarpe repartieron las literas. Daban órdenes por altavoces en francés y castellano. Mi litera quedaba en una de las bodegas inferiores. Había tres corridas de literas en altura para unas cincuenta personas. Cada litera tenía una frazada y una colchoneta de paja. Como el lugar carecía de ventilación, habían instalado un par de ventiladores. Los cincuenta hombres compartíamos un excusado que habían improvisado. Mediante sorteo, me tocó la segunda litera, pero la cambié voluntariamente por la de más arriba para dejarle la otra a un hombre mayor. Por altavoces nos indicaron dónde funcionaba la enfermería – q u e venía a cargo de la hija del Presidente del Partido Comunista francés- y los turnos para ocupar el comedor. La tripulación era toda francesa y de trato muy agradable.

Ninguno de nosotros dejó de ofrecerse para colaborar en diferentes actividades: en la cocina, pelando patatas, limpiando la cubierta, etc. Sobraban voluntarios. Todos también respetábamos nuestros turnos para recibir la alimentación. Desayuno a las ocho, almuerzo a las doce y media y cena a las seis de la tarde. La comida no era muy buena, pero sí muy superior a la del campo de concentración. Daban garbanzos, lentejas, porotos; alguna vez hubo tortilla. Si tenías dinero, podías tomarte una cerveza o un licorcito en el pequeño bar que funcionaba en cubierta.

A ciertas horas del día se escuchaba música por los altavoces. Aunque no era muy variada. “Valencia” era una de las que tocaban frecuentemente, además de un tango y, por supuesto, “La Marsellesa”. En el viaje conversábamos mucho entre nosotros: fútbol, política y
especialmente de nuestras historias personales. A menudo las conversaciones finalizaban preguntándonos qué tía a ser de nosotros en Chile. Junto a una de las escaleras que conducían a las bodegas, había un gran mapa de Chile. Me interesé por ubicar algunos puntos geográficos para ir ambientándome. Unos cuantos nombres se me grabaron inmediatamente, como el de Putaendo. ¡Qué curioso me parecía ese nombre!
Relato encontrado en Los españoles del Winnipeg : el barco de la esperanza / Jaime Ferrer Mir. 1a. ed. Santiago : Cal Sogas, impresión de 1989 (Santiago : Salesianos) 202 p. Se puede bajar en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-98685.html

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Neruda

Pablo Neruda fue uno de los poetas más fecundos de la literatura chilena, latinoamericana y mundial del siglo XX. La influencia de su vida y obra trasciende el ámbito literario, permeando todos los campos de la cultura popular y académica, irradiando la historia política y social del país y alzándose como un referente indiscutido para la creación artística contemporánea.

En 1918 publicó sus primeros poemas, “Mis Ojos” y “Primavera”, en la revista Corre Vuela, uno de los primeros exponentes del periodismo moderno chileno. Pese a su germinal talento, la poesía no fue del agrado de su padre. De ahí en octubre de 1920 el joven Neftalí Reyes decidió adoptar el seudónimo de Pablo Neruda, con el fin de evitar las preocupaciones familiares y ocultar así los esperados altibajos en la precoz trayectoria de un joven poeta provinciano.

En 1921, con apenas 16 años de edad, Neruda se trasladó a Santiago con el objetivo de estudiar Pedagogía en Francés en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. El ambiente intelectual y literario en torno a la Universidad y la vida bohemia santiaguina permitió que Neruda interactuara con otros poetas y escritores, integrando la conocida generación literaria de 1920 compuesta entre otros por Tomás Lago, Alberto Rojas Jiménez, Juvencio Valle y Romeo Murga. Nutrido por esta feliz coyuntura Neruda logró difundir sus primeros trabajos y participar en concursos de poesía como la Fiesta de la Primavera, organizada por la Federación de Estudiantes de Chile, donde fue merecedor del primer puesto por su poema “La Canción de la Fiesta” en 1921.

En esta primera época, la obra de Neruda estuvo marcada por una poesía autorreferencial, abundando alusiones ligadas a experiencias personales en torno al amor y la nostalgia, pero que se caracterizó por la sensibilidad de expresar y entrar en comunión con los sentimientos de otros. En 1923 y con gran aceptación de críticos como Alone, Raúl Silva Castro y Pedro Prado, Neruda publicó Crepusculario donde reunió parte de sus primeros escritos. En 1924 la Editorial Nascimiento publicó Veinte poemas de amor y una canción desesperada, texto fundamental plagado de erotismo y romanticismo, que lo catapultó como uno de los escritores más prodigiosos del ámbito nacional. De esta época también responde sus incursiones por la vanguardia reflejada en su única novela El Habitante y su Esperanza y Tentativas del Hombre Infinito.

Distanciándose de su inicial introspección, el segundo ciclo de la poesía de Neruda se dirigió hacia una profunda conciencia social. Hacia mediados de la década de 1920 la sociedad chilena había cambiado notablemente impactando en la visión que el poeta poseía de la vida, tal como él mismo reconoció posteriormente en sus memorias. Neruda había tomado conciencia del retorno de miles de obreros del salitre cesantes a la capital, de la lucha emprendida por Luis Emilio Recabarren, de las reivindicaciones estudiantiles y populares, y del inquebrantable dominio de la oligarquía. Sin ánimo de erradicar el amor, la vida, la alegría o la tristeza de su poesía, Neruda reconoció tajantemente que de la misma manera sintió que “No era posible cerrar la puerta a la calle dentro de mis poemas”. (Confieso que he vivido, 1979, p. 76). A la par de estas circunstancias sociales, la introducción de la política en su poesía y vida fue impulsada por su temprana carrera diplomática iniciada en 1927, año en que fue nombrado como Cónsul chileno en Birmania, lo que inauguró sus contactos con el mundo y sus afanes por la justicia social. En 1927 precisamente aparecerá publicado en España un libro escrito en sus viajes por oriente y Europa, y que se convertirá a ojos de la crítica como unas de sus obras cumbres: Residencia en la Tierra.

La creatividad literaria y poética de Pablo Neruda lo hizo acreedor del transversal reconocimiento de pares y críticos. En 1965 le fue otorgado el grado de Doctor Honoris Causa en la Universidad de Oxford, Gran Bretaña. En 1945 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura y en 1971 recibió el Premio Nobel de Literatura, siendo el sexto escritor de habla hispana y el tercer latinoamericano en recibir tan importante distinción.

Pablo Neruda fue una figura clave de la cultura y política chilena del siglo XX impactando notablemente en la sociedad y en el mundo artístico nacional. El 23 de septiembre de 1973, doce días después del golpe de Estado y de la muerte de su amigo el presidente Salvador Allende, Pablo Neruda falleció en Santiago en la Clínica Santa María víctima de un cáncer de próstata. Con motivo del centenario del nacimiento del poeta, el archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile, montó la exposición “Las Vidas del Poeta”

http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3638.html

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Testimonios y entrevistas

A pesar de las distancias y los años, la experiencia única del Winnipeg sigue recorriendo las páginas de nuestra historia nacional. Gracias a los relatos y testimonios entregados por sus propios protagonistas, se ha transformado en un vivo ejemplo de la importancia de la memoria colectiva para el mejor conocimiento histórico. Este fue el objetivo emprendido por Jaime Ferrer Mir, quien logró reunir diversos testimonios de algunos de los españoles que llegaron con el Winnipeg a nuestro país, y así darnos la oportunidad de conocer más de cerca esta pequeña parte de nuestra historia.

http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-97359.html

en esta publicación se pueden encontrar muchos de los relatos

Los españoles del Winnipeg : el barco de la esperanza / Jaime Ferrer Mir. 1a. ed. Santiago : Cal Sogas, impresión de 1989

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Los refugiados españoles en Chile (1939)

El triunfo de las fuerzas militares encabezadas por el general Francisco Franco, no sólo puso fin a la guerra civil española, sino que arrojó al exilio a una gran cantidad de hombres y mujeres que se vieron obligados a emigrar rumbo a otras tierras en busca de asilo y refugio…

La derrota del bando republicano español frente a las fuerzas militares encabezadas por el general Francisco Franco, no sólo puso fin a la guerra civil sino que además arrojó al exilio a una impresionante cantidad de hombres y mujeres, que se vieron obligados a emigrar rumbo a otras tierras en busca de asilo y refugio. La magnitud de esta tragedia no dejó indiferente a nuestro país. Por el contrario, el propio presidente Pedro Aguirre Cerda, líder del Frente Popular comprometió los esfuerzos del Estado para apoyar y financiar el traslado a nuestro país de un cierto número de refugiados españoles, reafirmando su solidaridad hacia el pueblo español y el carácter universal de la causa republicana.

Para tal efecto, designó cónsul delegado para la inmigración española en París a Pablo Neruda, a fin de que se hiciera cargo de la organización y ejecución del traslado de miles de españoles prisioneros en los campos de concentración del sur de Francia. Su tarea pronto dio los frutos esperados. El 4 de agosto de 1939 zarpó desde el puerto francés de Pauillac rumbo al puerto de Valparaíso, el barco carguero Winnipeg. Este navío trajo a más de 2.200 refugiados que arribaron a Chile el 3 de septiembre de ese mismo año.

Entre los pasajeros, estaba representado todo el espectro ideológico y regional español: comunistas, socialistas, anarquistas, nacionalistas y republicanos; catalanes, vascos, andaluces, gallegos, valencianos y madrileños. A todos los unía un arraigado compromiso de solidaridad y compañerismo, como también sus profundas convicciones antifascistas, según dan cuenta diversos testimonios y entrevistas.

En Chile, numerosos intelectuales, políticos y poetas nacionales habían manifestado con anterioridad su adhesión y compromiso con los combatientes de la causa republicana. Adhesión que prontamente se materializó en la formación del Comité Chileno de Ayuda a los Refugiados Españoles, cuyo objetivo fue otorgarles el mayor apoyo posible a los recién llegados. Cabe mencionar que gran parte de los pasajeros del Winnipeg eran obreros especializados, técnicos y profesionales, que realizaron un valioso aporte en al desarrollo de la industria y el comercio nacional. Muchos de ellos sobresalieron por sus trabajos en la industria editorial, del mueble, de la pesca y conservera; así como en el desarrollo científico y en la industria gastronómica.

Al mismo tiempo, algunos se convirtieron rápidamente en promisorios artistas e intelectuales que influyeron significativamente en la cultura y el arte nacional. Algunos nombres destacados son José Balmes, Roser Bru, José Ricardo Morales, Leopoldo Castedo, Antonio Romera, Mauricio Amster entre otros.

source: Memoria chilena:  http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-732.html

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Lista de pasajeros- mi abuelo y su hermano

Después de la Guerra Civil en España, muchos de los republicanos españoles que huyeron a Francia terminaron en los campos de concentración del sur del país y entre ellos se encontraban mi abuelo Francisco Mencía Roy y su hermano Cosme Mencía Roy.
En 2015 cuando estaba haciendo un proyecto de visualización de barcos y poesía, con la idea de presentarlo en el festival de e-poetry en Buenos Aires, es cuando hice este descubrimiento al encontrar sus nombres en el internet, en una lista de pasajeros de un barco de carga llamado Winnipeg. El famoso poeta Pablo Neruda, que trabajaba como cónsul oficial de inmigración, y vivía en Chile en ese momento, por su amor por España y con la solidaridad de la causa, decidió ayudar a estos refugiados con la asistencia de Pedro Aguirre Cerda, el Presidente de Chile en ese momento. Neruda fue el que flotó el barco el 4 de agosto de 1939 del Puerto de Trompeloup – Pauillac (Francia) a Valparaíso (Chile), con cerca de 2.200 españoles exiliados
En un principio pensé que sería una buena idea crear una visualización de los barcos que viajaron a América Latina durante el mes de agosto de 1939, con el Winnipeg siendo la estrella, como la nave de cargo de muchos sentimientos, esperanzas y despedidas. Desafortunadamente no fue fácil encontrar la información sobre los barcos digitalizada pero la emoción de ver el nombre de mi abuelo en el internet y esta parte de la historia de su vida y, de España, me llevo a investigar más en este terreno y tomar la oportunidad de a la vez que viajaba a Buenos Aires, visitar Valparaiso y Santiago de Chile el el verano del 2015. (M.Mencía)

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Neruda Poemas: Misión de amor, en su libro Memorial de Isla Negra

Yo los puse en mi barco.
Era de día y Francia
su vestido de lujo
de cada día tuvo aquella vez,
fue
la misma claridad de vino y aire
su ropaje de diosa forestal.
Mi navío esperaba
con su remoto nombre “Winnipeg”
Pero mis españoles no venían
de Versalles,
del baile plateado,
de las viejas alfombras de amaranto,
de las copas que trinan
con el vino,
no, de allí no venían,
no, de allí no venían.
De más lejos,
de campos de prisiones,
de las arenas negras
del Sahara,
de ásperos escondrijos
donde yacieron
hambrientos y desnudos,
allí a mi barco claro,
al navío en el mar, a la esperanza
acudieron llamados uno a uno
por mí, desde sus cárceles,
desde las fortalezas
de Francia tambaleante
por mi boca llamados
acudieron,
Saavedra, dije, y vino el albañil,
Zúñiga, dije, y allí estaba,
Roces, llamé, y llegó con severa sonrisa,
grité, Alberti! y con manos de cuarzo
acudió la poesía.

Labriegos, carpinteros,
pescadores,
torneros, maquinistas,
alfareros, curtidores:
se iba poblando el barco
que partía a mi patria.
Yo sentía en los dedos
las semillas
de España
que rescaté yo mismo y esparcí
sobre el mar, dirigidas
a la paz
de las praderas.

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