Joan Abril, campo de concentración de Saint Ciprien

Todo el recinto hasta el mar estaba tapizado por una desorbitante multitud. No cabía hombre más.
Las mujeres y los niños estaban concentrados en otro campo. Los guardias franceses daban tiempo cosa de comer a los exiliados de la guerra española. Causaba horror el ver aquel espectáculo verdaderamente trágico los rostros famélicos, febriles, de los desvalidos que soportaban las inclemencias meteorológicas Y que dormían sobre la arena húmeda. Todos deberíamos en la buen pura de los pantanos llenos de parásitos, de Juncos podridos y de hierba anémica. Era una agua salada que ocasionaba trastornos intestinales. Se ha escrito mucha literatura referente al campo de concentración de Saint Ciprien. Ninguno de los autores ha exagerado la realidad de ese infierno, pues todos han dicho siempre la verdad. (En Los españoles del Winnipeg, J Ferrer Mir, p 50)

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